8. Paraguas
Hace unos días extravié los dos paraguas que tenía. El plegable y el otro, el más grande. Olvidados en una cafetería y en un restaurante. En un intervalo de apenas semana media.
No se puede decir que haya sido un disgusto, no, pero sí una extraña sensación de rabia y, hasta cierto punto, tristeza.
Y es que nunca fui de utilizar paraguas, la verdad. En el colegio sí porque te lo compraban en casa y a regañadientes, que duraban más bien poco. Te obligaban a llevar encima esos dichosos cuervos con varillas que marcaban el pulgar al abrirlo. Cargar con él, más bien, porque protegernos de la lluvia, las menos de las veces. Preferíamos usar su pica para agujerear la tierra o, directamente, volver a casa redoblando mandobles en la chepa.
Así que cuando me vi libre de la paternal imposición sobre mi cabeza, pasé de tan estirado objeto y comencé a mojarme directamente.
Hasta hace pocos años que, quizá la madurez, quizá el aburrimiento, entré en una tienda y puse fin a esta falta de techo. Mil veces olvidados en trenes, aviones, camerinos, maletas, paragüeros, mesas o sofás y otras tantas encontrados. Mil veces dejados y mil veces devueltos. No salía de mi asombro: ¡no había manera de separarme de ellos! Había un, ¿cómo decirlo?, vínculo.
Hasta que los perdí. Los dos. El plegable y el otro, el más grande.
Volví a por ellos. Pregunté. Nada. Desaparecieron.
Pienso a veces en ellos y me parece que la esperanza es, un poco, como los paraguas. Sirve para guarecernos de la apatía y evitar que nos salpique el tedio. Para apoyarnos en ella y cobijar al prójimo.
La esperanza se pierde mil veces y se vuelve a encontrar otras tantas.
La esperanza se olvida pero te la devuelven.
Si Mozart es la esperanza, Don Giovanni es su caja de Pandora. Sigan con nuestro juego y tecleen [mozart giovanni currentzis]. Métanse dentro.
Por cierto, los paraguas me los devolvieron al cabo de unos días. Los dos.
El plegable y el otro, el más grande