Excusatio non petita… Licencias y obligaciones del intérprete moderno

El cursor que parpadea insistente en una pantalla vacía, la página enrollada e incólume en la máquina de escribir, el autor inactivo. Flota en el ambiente una actitud que roza lo desesperado. El cine nos ha acostumbrado bien al llamado síndrome de la hoja en blanco. Al pánico a comenzar algo, a esa parálisis psicológica inherente al principio del proceso creativo. Queremos que esa hoja en blanco, comienzo de casi todo viaje artístico, sea un contenedor de las mejores ideas.

Con la música antigua nos pasa algo parecido a sus intérpretes. No nos encontramos una página en blanco pero casi. Con un poco de suerte, y dependiendo del autor, tendremos el compás, la tonalidad, algún número en el bajo y puede que casi todas las notas. Poco más. El caso que aquí nos ocupa, con un Antonio Literes (1673 – 1747) activo en la más esplendorosa época del Barroco, pertenece a la parte más desasosegante. La ausencia de instrucciones en cuanto a la instrumentación o el tempo e indicaciones expresivas en su Ópera armónica al estilo italiano es total. Una hoja en blanco.

Podemos argüir, en defensa del compositor ante tan sonoras ausencias, que se trata de una copia elegante y pulcra de la música para uso conmemorativo y no práctico. Puede ser. Pero no es una rara avis entre las partituras de sus contemporáneos. La información más o menos esencial que suele faltar, o no estar presente a primer golpe de vista, en la música de este periodo es una constante con la que hay que convivir porque no tiene solución. No alcanzaremos la verdad absoluta y no tiene sentido perseguirla. Nunca podremos ser el pasado. ¿Qué herramienta podremos utilizar para intentar, al menos, aproximarnos? El intérprete.

¿Es Los elementos, entonces, una partitura incompleta? En cierta manera, sí. ¿Es necesario que el intérprete tome decisiones, se involucre en la creación de esta obra? Definitivamente, sí. Podemos obedecer el texto musical hasta la extenuación, tocar lo que está escrito y creer que así satisfacemos el deseo último del compositor. Podemos limitarnos a recrear y será eso: una mera limitación. Los compositores de esta época, Literes incluido, descansan en la formación de los músicos y llaman con insistencia a la imaginación y a la fantasía. Al canto y a la danza. A pasiones ya vividas y a afectos por experimentar. Los códigos han cambiado pero la naturaleza de nuestras emociones es la misma que antaño. Es por ello necesario el concurso del intérprete: moderno traductor de dichas emociones a través de una interpretación históricamente informada. A través de la inagotable curiosidad y de la implacable cuestión, que han permitido una perenne evolución en la historia de la interpretación musical. Desde, por ejemplo, Arthur Bedford en 1711, que ponía en duda el exasperante tempo con el que se cantaban las obras antiguas, o Mendelssohn en 1845, que insistía hasta la saciedad en la necesidad de una edición urtext de las obras de Händel, sin añadidos en forma de marcas de expresión. Este interés que trasciende el papel ha provocado, y sigue provocando, una maravillosa revolución y un exhaustivo conocimiento del pasado que asegura el futuro del acto de interpretar. Del acto de crear.

El aspecto más consistente y común en toda la música del periodo Barroco es el Bajo Continuo. Esa línea grave, tocada por uno o más instrumentos y la mayoría de las veces desarrollada con acordes, sobre la que se sustenta toda la estructura musical. Es el fundamento de cualquier interpretación y más, si cabe, en una obra con un texto, donde es necesario dibujar con más insistencia las palabras, el mensaje. No es casualidad que sea el aspecto más mimado, trabajado y perfilado en esta versión. Cada elemento lleva asociado un instrumento del continuo que lo hace reconocible a lo largo de la obra, que ayuda a su comprensión e identificación: Tierra es la tiorba, Agua es la viola da gamba, Aire es la guitarra y Fuego es el clave. Además, la Aurora es la flauta de pico (instrumento pastoril por excelencia) y el Tiempo forma solemne pareja con Arcangelo Corelli, Maestro perpetuo a lo largo de los siglos y sazonador de ese estilo italiano que pregona el título. Se han completado cifras; añadido, suprimido, acortado, alargado y desplazado acordes en recitativos y arias en función del texto al que acompañan. La palabra y el Bajo Continuo son los cimientos firmes de nuestra interpretación.

Más arriba, en los instrumentos ornamentales del conjunto, una flauta de pico ejerce de colorido comodín junto a los dos violines de rigor. Entre ellos, ora se intercambian los papeles, ora se doblan y juguetean en imaginados duelos con las voces. El papel de estos otros cantores sin texto se ha aumentado exponencialmente, otra vez ese estilo italiano, y su discurso está plagado de nuevas ligaduras, puntillos, articulaciones y acentos. Obedientes siervos del fundamento.

Preludios que anuncian elementos, chaconas que bailan al son del Tiempo y una Aurora desperezada al ritmo de una danza pastoril. Repeticiones añadidas, cambios de texto en pro de un jaleo final e, incluso, alguna frase suelta declamada. Licencias y más licencias. Todas ellas sentidas, analizadas y estudiadas. Obligaciones con gusto adquiridas.

Estos añadidos, este esculpido de la forma realza la figura del compositor y otorga más identidad si cabe a la praxis de la época. Más respeto a la figura del músico en el Barroco: formado, imaginativo, apasionado y comprometido.

La tierra con flores
el fuego que anima,
el viento gorjeos,
el agua la risa.