Si la vida sonase, junio de 2020

Si la vida tuviera banda sonora, si las escenas que componen nuestro día a día llevaran música, esta sería de Ennio Morricone o John Williams. Seguro. El guion no lo sé, es otro tema, depende del grado de drama, tragedia, comedia o color que sepamos imprimir al carpe diem de turno. Hay días para Almodóvar y días para Lynch. Incluso, alguno, imaginado espero, para Hitchcock o Tarantino. Pero el ritmo y la melodía corresponden desde siempre a Morricone y Williams. Williams y Morricone. ¿Quién no ha tarareado el tema principal de Los intocables al salir de casa el primer día de este confinamiento?, ¿Indiana Jones al bajar por el portal los escalones de dos en dos?, ¿Cinema Paradiso tomando un café a solas? (yo lo estoy haciendo ahora, mientras escribo esto), ¿la Marcha Imperial cuando nos hierve la sangre? La música, ese bálsamo que hemos redescubierto en estos días difíciles, que nos ha acompañado en la distancia física, social y emocional está de enhorabuena. Es un premio emocionante y justo, reconocible y cercano, que sentimos como propio porque forma parte de nuestra misma vida. 

En pleno siglo XVIII, cuando prácticamente toda la música que hoy conocemos tiene su génesis, el objetivo práctico de toda composición o interpretación se fundamentó en deleitar, enseñar y conmover. Todavía hoy lo sigue siendo y compositores e intérpretes nos esforzamos en esta tarea, nada fácil, de llegar a nuestro público. De remover algo en su interior. Que cunda la inversión en uno mismo al acudir a un concierto, vaya. Ni más ni menos. Y estos dos titanes lo han logrado con su obra, no solo acompañando imágenes ya inolvidables, sino adquiriendo una identidad propia y perfectamente reconocible que está renovando el público de las salas de concierto. Su música ha trascendido el momento para el que fue creada y se ha incorporado a nuestro interior. Un compañero de incalculable valor para nuestras emociones.

La composición de bandas sonoras ha sido reconocida y puesta en valor de manera universal y, con ello, también a los infinitos caminos en los que se ramifica la música, todos ellos de una importancia trascendental en la creación de una sociedad más empática, sensible y cívica. Una sociedad que sea capaz de imaginar y transformar nuestro mundo en un lugar más habitable. Casi nada.